BIENVENIDOS A LA RONDA DEL VIGILANTE

jueves, 18 de julio de 2013

El Museo de Escultura prescinde del 38% de sus vigilantes y los sustituye por cámaras

La directora del centro, María Bolaños, asegura que la protección de las sedes «está garantizada»
Primero los recortes afectaron de lleno al número de exposiciones, luego al presupuesto con sus ramificaciones en otros departamentos de la vida diaria del museo, y ahora toca la seguridad. Los ajustes económicos han llegado al servicio de vigilancia del Museo Nacional de Escultura, que a partir del día 22 verá disminuir sus efectivos en un 38%.
Fuentes cercanas al centro, donde se custodia la colección más valiosa de arte religioso del siglo XIII al XVIII en España y la de reproducciones artísticas (siglos XIX y XX), cifran en 13 los vigilantes de la empresa privada Seguriber de los que se prescindirá sobre un total de 34. Se trata de un servicio que realiza labores de vigilancia por turnos los siete días de la semana en las tres sedes del museo en la calle Cadenas de San Gregorio –el Palacio de Villena, el Colegio de San Gregorio y la Casa del Sol–, y en la Casa de Cervantes, adscrita a la dirección del centro museístico.

En las sedes, donde existe vigilancia permanente durante las 24 horas del día, se custodian las obras de arte expuestas a las visitas y el valioso fondo que se conserva en los almacenes, guardado y sin exhibir por falta de espacio, así como buena parte de las tallas que salen en las procesiones de la Semana Santa.

Desde el museo se declinó dar cifras sobre el número de vigilantes de los que se prescindirá. La directora, María Bolaños, admitió que el apartado de gastos en seguridad se ha visto reducido, «lo mismo que otras partidas del presupuesto de limpieza o del que se destina a organizar actividades y exposiciones», y enmarca la medida dentro de la política de austeridad que se viene aplicando con carácter general en los 17 museos estatales, donde la seguridad se contrata con una misma compañía.

También se reseña desde la dirección museística que la merma de medios humanos en la vigilancia se ve compensada con una inversión en cámaras de seguridad, conexiones informáticas y un sistema de vigilancia centralizado. «Se ha aumentado el número de pantallas a través de las cuales el vigilante tiene un control más completo de lo que sucede dentro y en las inmediaciones del edificio», apunta María Bolaños. «Tendremos el mismo grado de protección, es más una cuestión organizativa de sustituir unos sistemas por otros».

La directora lanzó ayer el mensaje de que la seguridad del museo está garantizada. «La partida de seguridad es enorme en los museos estatales, y en noviembre se apostó por reducirla a través de una serie de medidas que se han aplicado en este museo y en el de Altamira; ha sido una inversión elevada en fondos económicos dentro de una iniciativa de la Secretaría de Estado de Cultura y la Subdirección General de Museos», indicó. Bolaños lamentó los efectos que en el plano personal supone la pérdida del trabajo para unos vigilantes que llevaban varios años prestando sus servicios en el centro. «Se trata de personal que ha tenido un comportamiento excelente y una actitud colaboradora; por eso lamentamos muchísimo todo lo que implica esta medida», señaló.

Trabajadores de seguridad protestan por su despedido

Hacían sus funciones de vigilancia en el Parque de la Historia y del Mar

Ex trabajadores de la empresa de seguridad Horizonte Control han protestado ante las puertas de la mercantil por lo que consideran "irregularidades" en el proceso de su despido y en las indemnizaciones que se han fijado para ello.

Responsables de la empresa entregaron el pasado 27 de junio a los afectados los documentos en los que se informaba del fin del contrato de trabajo que los unían, tanto de personal fijo como eventual. En los mismos, Horizonte Control explica que la medida se ha adoptado después de perder el servicio de seguridad del Parque de la Historia y del Mar, por la falta de contrato administrativo con el Ayuntamiento isleño. La empresa había sido denunciada por esta cuestión ante la sección de Seguridad Privada de la Policía Nacional, que notificó que la infracción suponía "la suspensión del servicio [a partir del 30 de junio] hasta que no se formalice contrato administrativo". Lo consideran por tanto un despido objetivo.

Los cinco trabajadores fueron convocados en el Parque de la Historia y del Mar para hacerles entrega del comunicado de su despido. Sus quejas se centran ahora en el proceder, concretamente de falta de preaviso reglamentario para la finalización del contrato (que la empresa solventa con una cuantía económica a modo de compensación) y en las indemnizaciones que se establecen.

Hace unos días, con pancartas en mano, denunciaban esta situación en la sede de la mercantil, que advierte que no podrá pagar hasta que no tenga liquidez (actualmente se encuentra en concurso de acreedores).





Detenidos los atracadores del hotel de Madrid Rio

El vigilante corre tras ellos para captar la mayor información posible.
Un minuto y diez segundos, es lo que tardaron dos delincuentes en atracar el pasado mes de junio un hotel madrileño situado en Madrid Rio. Tal y como se observa en las imágenes que les vamos a ofrecer amenazaron a los trabajadores con un cuchillo y una pistola. Uno de ellos se cubrió la cara con un jersey tratando de evitar ser grabado por las cámaras de seguridad. La Policía Nacional ya les ha detenido junto a cuatro compinches más
 Lo primero que muestra el delincuente es el cuchillo. Son las 00:27 de la noche. Con el arma, Mohamed intimida al vigilante del hotel situado en la calle Virgen del Puerto. Vemos como le habla, le está amenazando de muerte para que no se mueva.En ese momento llega su compinche, Diego de 34 años, conocido como el Cebolla. En la mano, una pistola y la bolsa para esconder el botín.

Se dirige al interior aunque se equivoca con las puertas. Finalmente logra entrar a la recepción donde se encuentran dos trabajadores del hotel. Enseguida les muestra el arma de fuego y les exige el dinero de la caja. Al no ir encapuchado, con una mano se tiene que sujetar la prenda que esta usando para taparse la cara.Una furgoneta les espera en una calle cercana.El vigilante corre tras ellos para captar la mayor información posible.

Vigilantes de Metro defienden su empleo y denuncian inseguridad en las estaciones

Madrid, 17 jul (EFE).- Trabajadores de seguridad del metro se han concentrado hoy frente a la sede de la compañía en defensa de sus empleos y en contra de la pretensión de la Comunidad de Madrid de reducir un 40 por ciento las horas de vigilancia y, en consecuencia, rebajar el número de efectivos en unas 700 personas.
Comisiones Obreras ha informado en una nota de que un millar de trabajadores han secundado la concentración que había sido convocada por CCOO, ATES, UGT y USO y que ha transcurrido sin incidentes.
Las organizaciones sindicales sostienen que el nuevo concurso de seguridad para Metro de Madrid tiene una duración de cuatro años, ampliable otros dos años, y plantea una reducción de más del 40 por ciento de horas de vigilancia, lo que supondrá la supresión de 700 efectivos y dejará sin vigilancia a un 60 por ciento de las estaciones del suburbano.
Las empresas adjudicatarias empezaran la gestión de este nuevo modelo de seguridad el próximo día 1 de agosto.
La concentración de hoy se suma a otra realizada el pasado junio frente a la sede de la Consejería de Transporte para denunciar el "desmesurado" recorte de horas de vigilancia y la intranquilidad generada.
Según los sindicatos, Metro de Madrid "estaba admitiendo a concurso empresas de dudosa solvencia y de conocida conflictividad laboral, como es el caso de Integral Canaria, a la que finalmente le han sido concedidos tres de los ocho lotes que salieron a concurso".
La Federación de Servicios Privados de CCOO Madrid defiende que "con la seguridad de los viajeros no se pueden hacer experimentos y es una irresponsabilidad dejar estaciones sin vigilancia".
Este sindicato ha pedido a la dirección de Metro "que se replantee urgentemente su nuevo modelo de seguridad y rectifique o amplíe el actual concurso, dando la necesaria cobertura de seguridad de los viajeros de Metro".

También le insta a que asuma su responsabilidad en caso de que se produzcan despidos, impagos salariales y conflictos laborales como consecuencia de la gestión de la seguridad en el suburbano madrileño.

martes, 16 de julio de 2013

Esclavo en el hipermercado

Esta es una historia de inmersión periodística, pero recorrida hacia atrás. En realidad, es el relato de un hundimiento laboral reciclado como testimonio informativo. Informativo para los que aún tienen la suerte de disfrutar de un trabajo digno en España, porque imagino que para muchos millones de empleados esta película es el bucle en el que tratan de sobrevivir cada día.
Texto: Ildefonso García. Ilustraciones: Polilla.
hipermercado
Después de más de veinte años de trabajo como periodista, la madre de todas las crisis me dejó por fin varado en medio de un páramo. Sin derecho a prestaciones –en mi último empleo trabajé como autónomo para una asociación sin ánimo de lucro que editaba un periódico y que, tras dos años y medio de leal dedicación, me dio una mala patada, que yo recibí también sin ánimo ni lucro– y con la cuenta del banco cada vez menos corriente, acepté un empleo como auxiliar de organización (como denominan eufemísticamente las empresas de seguridad privada a los trabajadores sin cualificar que apoyan sus servicios) en un hipermercado situado en una ciudad del sur de Madrid.
El sueldo: 700 euros, siempre que cumpliera al menos 164 horas en cada mes. Horas trabajadas también en festivos y domingos, por supuesto sin compensación alguna por esa anecdótica circunstancia, y en permutaciones horarias que pueden obligarte a terminar una noche más tarde de las diez y media para comenzar el siguiente turno a las seis de la madrugada. El mercado, y no ese dios que descansó el último día de la semana, es el que manda.
Me presenté en mi debut a las 06.00 horas de una mañana de noviembre, con mi uniforme de auxiliar a estrenar. Hacía mucho frío, desde el punto de vista meteorológico y desde el personal, porque lo primero que te hacen percibir es que la jerarquización entre los responsables de patrimonio del centro, los vigilantes de seguridad y tú, el miserable auxiliar, podría inscribirse en el sistema de castas de la India.
A las siete, el compañero peruano que me trata de explicar parte del cometido de mi nuevo trabajo, apresurada y nerviosamente por la exigencia de su misión inmediata (abrir las puertas de acceso desde el centro al muelle de carga y la propia tienda), me presenta a V1, el jefe de equipo. Este me saluda con indiferencia, y ni siquiera se toma la molestia de mirarme cuando se refiere a mí hablándole a mi introductor, como si yo no estuviera presente: “Sí, ya me han dicho que viene nuevo; que hay que explicárselo todo”.
Me entregan el cuadrante para lo que resta del mes, y veo que los próximos cuatro días, de jueves a domingo, mi horario será de ocho y media de la mañana a diez y media de la noche. Lo llaman doblar turno, pero en realidad se trata de una jornada de catorce horas solo interrumpida por sesenta minutos, de tres a cuatro, que no te pagan.
Mi trabajo consiste en plantarme en el pódium, como llaman a la entrada de la tienda, y procurar que nadie acceda sin antes precintar las bolsas con compra procedente de otros establecimientos. También debo impedir, claro, que nadie salga con algún artículo sin pagar. Mi cometido consiste igualmente en avisar al puesto permanente de vigilancia, el PPS, cuando accede al centro algún cliente “sospechoso”. Para ello, V1 me pasa sin darme explicación alguna una tarjetita con códigos numéricos que identifican a distintos colectivos: gitanos, moros, gente del Este, chinos, sudamericanos, españoles con pinta chunga…
Al principio, el pudor frena mi misión delatora. Me resisto a dar por sospechosas a personas que lo son solo por su color o raza, pero V1 despierta mis instintos voceándome desde el walkie talkie: “¡Podio, llevas toda la mañana sin pasar un puto código!”
Esa es otra de las características de mi nueva identidad, que cambia en función del puesto que ocupo. Ya no soy yo, sino Podio, Tienda, Mercancías o, simplemente, A4. Como el coche, pero sin las mismas prestaciones. De hecho, en el mes y medio que trabajaré aquí solo le oiré a mi jefe de equipo, V1, llamarme una vez por mi nombre, y será cuando me telefonee para preguntarme “si quiero” trabajar en uno de mis escasos días libres, un sábado, además, “para echar unas horas, que andas algo corto para llegar al cupo”. Le digo que sí, muy agradecido.
Durante las trece horas que paso en la entrada de la tienda no me puedo sentar. Dispongo de un pequeño mostrador como único punto de apoyo, pero pronto el jefe de Patrimonio, J1, me dice que no me quede ahí, sino que me sitúe frente a los arcos de acceso, para tener mejor perspectiva. Cuento, eso sí, con una pausa de quince minutos que llaman ‘clave’ y que apenas da para llegar al cuarto de descanso y comer un bocado. La ‘clave’ no tiene un horario fijo. Primero se la toman los vigilantes y luego le dan permiso a los auxiliares, a menudo con la recomendación de que sea “rapidita”.
Otra característica del trabajo es que te pueden cambiar el cuadrante sin previo aviso, con lo cual resulta casi imposible organizar la vida ‘civil’. Durante esas siete u ocho semanas que trabajaré en el hipermercado apenas tendré un fin de semana libre, siempre amenazado por una reorganización de turnos. Es lo que me ocurre con la jornada del 31 de diciembre, de la que en principio disponía. Feliz por esa pequeña circunstancia de alivio, preveía pasar la última noche del año en mi pueblo, en Guadalajara. Sin embargo, a mediados de mes se nos insta a los auxiliares a que comprobemos el cuadrante, porque “hay cambios”.
En efecto, de librar ese día paso a trabajar de diez de la mañana a ocho de la tarde. Nadie me ha consultado ni ofrecido explicaciones. Pese a todo, trato de cambiar mi turno con un compañero que esa tarde descansa, por si al menos pudiera salir a las tres y viajar a esa hora. Cuando trato de acercarme a él, en el podio, V1, siempre atento desde las pantallas, interrumpe a través de la emisora nuestro intento de comunicación con cajas destempladas: “¡Ya os he dicho unas cuantas veces que no os quiero ver ahí juntos!”.
Hablar con los compañeros parece ser otra de las cosas que no pueden hacerse en horas de trabajo. Los vigilantes sí se juntan cuando coinciden en la línea exterior y se echan sus parrafillos y sus risas. También se apoyan en el mostrador de la caja central y bromean con las cajeras, pero se trata de un privilegio vedado a los auxiliares. Así que no he podido ni tan siquiera llegar a escuchar por qué mi compañero no puede cambiarme el turno. Se lo transmito al casi siempre áspero y enojado V1 por el pinganillo. “¡Pues lo habláis en la clave o por la emisora!”, me contesta. Es decir, que si quiero cambiar un turno o preguntarle algo al compañero debo hacerlo en los quince minutos del café, en los que nunca coincidimos, o por el walkie, en conversación abierta para el resto del equipo. Minutos más tarde, el auxiliar de podio me pide a través de la emisora que acuda a su posición para comentarme una cosa, imagino esperanzado que algo relativo a mi propuesta. De inmediato, la voz de V1 surge como una fusta: “¡Podio, para qué cojones tiene que ir allí. Tienda!”.
Porque ahora soy Tienda. En efecto, tras unos primeros días en los que cientos de clientes me vieron plantado en la entrada, he pasado a moverme de incógnito por el interior del hipermercado. Mi misión es detectar sospechosos, avisar de su actitud y, si así me lo mandan, seguirlos. Vestido de calle, deambulo durante once horas diarias por una tienda que se recorre, de punta a punta, y a paso de hacer la compra, en menos de tres minutos.
¿Se imaginan cuántas veces se puede pasar a lo largo de 660 minutos entre los pasillos de juguetes, de perfumería o de embutidos? ¿En cuántas ocasiones te puedes cruzar con los mismos dependientes, las mismas reponedoras o la señora de la limpieza? Esta, en la enésima vez en que nos cruzamos una tarde, en una situación esperpéntica para ambos, me dice riendo desde lo alto de su coche de limpieza: “¡Parecemos dos gilipollas!” Su certera reflexión llega en un momento inoportuno, pues tras ella camina la segunda de a bordo del departamento de Patrimonio, una señorita Rotenmeyer que se suele enfadar mucho por cualquier motivo: “¡Pero es que no ves que va de incógnito y no le puedes hablar! ¡Hay que ver qué poquitas luces tenemos!”, brama. La señora de la limpieza no replica y se aleja por el pasillo central en su vehículo. Yo tampoco digo nada, y continúo mi no compra en dirección a los yogures, avergonzado por mí y, sobre todo, por la pobre señora de la limpieza.
Los de Patrimonio se toman muy en serio eso de tener a alguien de incógnito moviéndose como un alma en pena por la tienda. Al segundo día de mi nueva misión, un vigilante me avisa de que no puedo andar por ahí con las manos en los bolsillos, sino que debo coger una cesta, llenarla con algún artículo y arrastrarla conmigo durante mi jornada. También me indica que he sido visto hablando con la señora que vende bombones a granel, cosa que al parecer tampoco debo hacer. En adelante, cada vez que algún empleado de la tienda me saluda, imagino la mirada gélida de V1, J1 o Rotenmeyer pendiente de mi reacción. Así que procuro contestar discretamente y seguir mi camino hacia la sección de comida de animales.
Pese a esos desvelos por parte de mis superiores por proteger mi identidad secreta, percibo que suelo ser detectado enseguida por aquellos clientes más proclives a enredar, como los grupos de adolescentes, casi niños, que pasan las tardes de los sábados probando los videojuegos o los artículos de deporte, y que al cruzarse conmigo imitan el gesto de hablar al pinganillo para burlarse de mí. “Caja central, avisa a caja central”, me remedan entre risas.

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A veces, cuando el dolor de espalda y de piernas, después de tres o cuatro horas sin parar, sobrepasa el umbral de lo razonable, pido permiso para ir al baño –ellos lo llaman ir al whiskycharly- solo para poder sentarme dos minutos. Debo administrar bien esos momentos, porque más de un whiskycharly en el turno ya despierta el instinto de regañar que define al jefe. Porque J1 se impacienta enseguida y también riñe mucho, por distintos motivos, y siempre enfadado: si soplas para comprobar que tu walkie funciona; si te ve en un pasillo donde abruptamente te hace saber que no debías estar –“¡Tienda, ahí no haces nada, vete pa juguetes!”-; si no has entendido a la primera lo que te dice por la emisora…
En la cesta con la que en mis recorridos por la tienda disimulo mi condición de infiltrado suelo echar productos voluminosos, pero de poco peso, como un paquete de pan de molde, un peluche, unas zapatillas deportivas o una bolsa de gusanitos. Eso convierte mi lista de la compra en causa de guasa entre las dependientas. A veces, por pura vergüenza, cambio mis itinerarios para no volver a cruzarme con alguien.
Con el veto a hablar con los otros auxiliares o con el personal de la tienda, mi única comunicación es la que establezco a través del pinganillo con los vigilantes, con algunos momentos sonrojantes. Una tarde, escucho a J1 referirse a otro auxiliar, ausente en ese momento, como “el tontico”, y avisa de que le “tiene hasta los cojones y que igual celebra los Reyes en el INEM”. Unas semanas después volverá a hablar de ese mismo compañero en términos similares, esta vez en conversación pública con Rotenmeyer, que se niega a contabilizar la media hora de más que le ha llevado terminar su trabajo “porque es muy lento”. “¿Pero qué más te da, con lo que os pagan por tener a discapacitados trabajando? –contesta jocoso J1-. Lo que teníais que hacer es darle una pistola (las pistolas para la lectura de los códigos de producto) con dos botones grandes que pongan ‘sí’ y ‘no’ y así acabaría antes”.

De esta manera van transcurriendo las semanas prenavideñas, en las que llego a encadenar de nuevo cuatro días seguidos caminando por la tienda de diez de la mañana a diez de la noche.
 Como diciembre está acabando, pregunto por el cuadrante del mes siguiente, con la esperanza de contar con algún sábado libre, o la tarde de Reyes para ir a la cabalgata del barrio con mi hija. No está hecho, me dicen. Ni el 29, ni el 30, ni el 31. Ese último turno del año, en el que trabajo hasta las ocho, solo sé que al día siguiente no tendré que recorrer mis habituales kilómetros por los pasillos de juguetes, porque el centro cierra. “El día 2 te llamarán para decirte cuándo te reincorporas”, se limitan a comunicarme.
El 2 de enero compruebo que ya he cobrado: 768 euros por 184 horas trabajadas. Ni siquiera acumulando horas extras equivalentes a tres días he llegado a la psicológica cifra de los 800. Es lo que hay, pienso, agradecido por tener una nómina que llevarme a la boca. Por la tarde, impaciente por la falta de noticias, telefoneo para saber a qué hora debo incorporarme al día siguiente. “Ahora te llamamos, que V1 está en la clave”, me dicen. Media hora después, se enciende en mi móvil el número del inspector. “Tengo malas noticias”, me comunica.
Al día siguiente acudo hasta las oficinas centrales a firmar el documento del fin de mi relación laboral con la compañía, por “la no superación del periodo de prueba”. La campaña de Navidad ha terminado, y con ella mi función. Me dicen que ya me llamarán “como en una semana” para que vaya a por el finiquito. Meses después, todavía sigo esperando.
Es España en 2013, un lugar en el que miles de hombres y mujeres se dejan cada día la moral y la salud trabajando por una miseria, maltratados por el patán de turno que abusa de su precariedad laboral, de su necesidad y de su miedo en esta mierda de país que nos va quedando. Mi cariño y mi solidaridad hacia ellos.

Los vigilantes imputados por las muertes del Madrid Arena renuevan en sus puestos

  • Madrid Espacios y Congresos ha cambiado de empresa de seguridad, pero los agentes han sido subrogados por la nueva contrata.
  • El Ayuntamiento alega que la ley lo permite, por lo que no puede impedirlo.
  • Sin embargo, mantiene a otros cargos de Madridec imputados.



Cinco de los principales imputados en el caso Madrid Arena se han beneficiado de la ley para mantenerse en sus puestos a pesar de estar encausados por la avalancha humana que acabó con la muerte de cinco adolescentes en el pabellón municipal.

En concreto, se trata de los jefes de equipo Raúl Monteverde, Juan José París Nalda y José Antonio Díez Romero, del vigilante Roberto Mateos y del inspector Iván Somontes Santamaría. Todos ellos formaban parte de Seguriber y figuran en la lista del personal que la empresa Alerta y Control ha subrogado tras de conseguir la adjudicación del nuevo contrato de seguridad de Madrid Espacios y Congresos, la empresa pública que gestiona las instalaciones deportivas multiusos del Ayuntamiento. El relevo entre las contratas se produjo oficialmente a las 0.01 horas de este martes.


La incorporación de los señalados, como la del resto de componentes de la plantilla, está contemplada en la ley y es una de las premisas que establece el pliego de condiciones que ha redactado otro imputado, el aún subdirector de Seguridad de Madridec Rafael Pastor.En su defensa, el Ayuntamiento de Madrid alega que no puede hacer "nada" ya que el caso está en fase de investigación (en instrucción, según el término técnico) y no existe auto de procesamiento ni procedimiento de sanción contra estas personas, explicó un portavoz de la alcaldesa Ana Botella a 20minutos. Tampoco han sido suspendidos cautelarmente ni se les ha retirado la tarjeta profesional que les habilita para ejercer como vigilantes o directores de seguridad titulados. A estos efectos, los profesionales dependen del área de Seguridad Privada de la Policía Nacional.


La imposibilidad de actuar es cierta contra los primeros, pero no contra Rafael Pastor, que aún hoy ocupa un cargo en Madridec y que podría haber sido destituido cuando Ana Botella ordenó 'limpiar' la cúpula de la empresa pública. Esta maniobra, que tenía por objetivo borrar todo rastro de la tragedia, supuso la baja de seis directivos. Se mantuvo, en cambio, a Pastor, al coordinador de Seguridad, José Rodríguez Camaño, y al jefe de Operaciones y Proyectos, Francisco del Amo, también imputados. Todos ellos han seguido trabajando para el Ayuntamiento hasta la fecha. Ninguno salió de la casa en el ERE que supuso el despido de 22 personas.


¿Qué hicieron?


Raúl Monteverde trabajó la noche del 1 de noviembre de 2012 vestido de paisano y como coordinador jefe de Seguriber en el dispositivo del Madrid Arena a pesar de que carece del título de director de seguridad, según fuentes de la investigación. Ante el juez negó ser la persona que abrió el portón de servicio por el que se colaron las más de 2.500 personas que contribuyeron a que se formase la avalancha mortal. Según su versión, fue Francisco del Amo quien dio la orden.


Monteverde actuó por delegación de Iván Somontes, que ejercía como inspector de Seguriber aunque dicha categoría no existía en la Ley de Seguridad Privada. Su contrato, en realidad, es de vigilante, aunque incluye un plus salarial de 13.428,40€/año.

Durante la fiesta de Halloween, Somontes se encontraba en Santander por motivos familiares. Varios vigilantes le han señalado como la persona que borraba o copiaba imágenes comprometedoras recogidas por las cámaras en las fiestas que se celebraban en el Madrid Arena. Esta acusación ha derivado en una investigación de la Agencia de Protección de Datos.

Somontes también apuntó a Francisco del Amo como responsable de la orden de apertura del portón, aunque él lo negó. Esta fue trasladada al vigilante que tenía el mando electrónico del acceso por José Antonio Díez Romero, coordinador de seguridad de Seguriber.

Esta versión coincide con la de Juan José París Nalda, que también aseguró al juez del caso que Seguriber redujo vigilantes aquella noche para ahorrar, que su empresa no se ocupó de la seguridad en el interior (la compañía asegura que esa tarea corría cargo de Kontrol 34, una empresa que solo presta servicios auxiliares) y que nunca vio el obligatorio plan de seguridad y evacuación.


La noche de los hechos, Seguriber solo tenía a cinco personas en el recinto. Uno de ellos era Roberto Mateos, encargado de la sala de monitores desde la que se vigilaba todo el recinto. En su declaración confesó desconocer cuántas cámaras había en el Madrid Arena, así como su funcionamiento. No vio, afirmó, ninguna avalancha en el vomitorio donde Katia Esteban Casielles, Rocío Oña Pineda, Cristina Arce, Belén Langdon y María Teresa Alonso fallecieron aplastadas. Esto es lógico si se tiene en cuenta que Somontes, su superior, confirmó al juez que esa cámara dejó de funcionar en 2010, sin que fuese reparada.

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Los trabajadores de la empresa que vigila los edificios municipales protestan tras producirse despidos

La empresa de vigilancia Horizonte Control, así como la empresa Servicios y Mantenimientos Trellez han entrado en concurso voluntario de acreedores. Ambas pertenecen al conocido empresario de la ciudad, que durante varios años fue presidente del San Fernando, José Tréllez. Precisamente y ante la situación económica de varias de sus firmas, ayer trabajadores de Horizonte Control, que mantiene servicios de vigilancia en distintos edificios municipales, se concentraron para protestar por el despido de parte de su plantilla. Entre los argumentos que se recogen en la carta de despido se encuentra que la mercantil ha sido denunciada ante la Dirección General de la Policía ya que no existe contrato suscrito para prestar servicios de vigilancia en el Parque de la Historia y el Mar, motivo por el que actualmente ya no se encarga de tal cometido y se ha procedido al despido de algunos de sus trabajadores.

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Los vigilantes del Metro vuelven a concentrarse contra los recortes de Ignacio González en la seguridad

E.B.
Los vigilantes del Metro de Madrid no van a quedarse de brazos cruzados mientras Ignacio González recorta los contratos de seguridad del suburbano. Tras las protestas que protagonizaron hace un mes, mañana volverán a las calles para exigir que se mantengan las condiciones actuales. CCOO denuncia que el presidente regional reducirá un 40% las horas de vigilancia y dejará 141 estaciones sin seguridad fija.

El sindicato ha convocado esta concentración contra la nueva adjudicación de la seguridad privada del Metro mañana, 17 de julio, a las 11 horas frente a la sede del suburbano, ubicada en la calle Cavanilles 58. CCOO señala en un comunicado que “el controvertido concurso de vigilancia fue finalmente adjudicado el pasado 25 de junio a las siguientes empresas: Seguridad Integral Canaria y Ombuds (tres lotes cada una) y Segurisa y Segur Ibérica (un lote cada una)”.

“Las nuevas empresas adjudicatarias deberán empezar con su actividad el próximo día 1 de agosto”, y se encargarán de este servicio durante cuatro años, con la posibilidad de prorrogar el contrato dos años más, dice el sindicato, que recuerda que “anteriormente Metro sacó a concurso el servicio de vigilancia de la red por 55,5 millones de euros/anuales, siendo posteriormente adjudicado por 49,65 millones”, y en esta ocasión “se ha partido de una licitación inicial de 48 millones/anuales para finalmente adjudicarse por 42,6 millones”.

Todo ello implicará un recorte de las horas de vigilancia anuales, desde los 3 millones a 1.806.969 horas en dos años, lo que “se traduce en 700 puestos de vigilancia menos” y en “unas 141 estaciones sin seguridad fija”, dice CCOO.

El sindicato ha intentado reunirse con Metro y la Consejería de Transportes para dejar clara su preocupación por “la pérdida de empleos y la inseguridad que puede producirse” de llevarse a cabo esta reestructuración del mapa de la seguridad en el suburbano madrileño., aunque sin éxito.

Por ello han convocado esta nueva movilización para exigir al Gobierno regional que reconsidere esta reducción del número de horas de vigilancia, “que se quiere camuflar en un nuevo modelo de seguridad basado en objetivos”.

El pasado 18 de junio CCOO, UGT, USO y ATES convocaron una concentración frente a la Consejería de Transportes madrileña para mostrar el malestar de los vigilantes del Metro con “las condiciones del nuevo contrato de seguridad para el suburbano madrileño”.


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Los Permisos retribuidos deben PAGARSE

Los permisos retribuidos deberán pagarse como si se hubieran trabajado, SIPVS-C gana la SENTENCIA
Sentencia nº 203/2013

El pasado día 27 de Mayo el Juzgado de lo Social 31 de Barcelona dictó sentencia en la cual traza una perspectiva diferente en la aplicación del pago de los días de permisos retribuidos a los Vigilantes de Seguridad.

La empresa Prosegur, señalaba que la retribución de un permiso por traslado, no son jornadas reales y no pueden ser computadas del mismo modo que un día de trabajo efectivo, mantenía que por cada día de permiso retribuído se tenia que satisfacer a razón de 5,20 h. por día, al mismo precio de la hora extra correspondiente a cada vigilante

Nuestra postura firme y defendida era que la retribución que correspondía contemplar, los días que el V.S. tuvo que hacer el traslado, debió ser la que efectivamente se fijaba en cuadrante para aquellos días y equiparar como un día de trabajo efectivo sin merma de las horas y pluses que le correspondiera por cuadrante (nocturnidad, festividad, horas, etc. etc.)

Dicha sentencia nos da la razón y se determina que el permiso no puede producir una “pérdida de retribución “ y por tanto quien disfruta el permiso tiene derecho a la misma retribución que le hubiere correspondido en caso de haber trabajado, es decir, las mismas horas y todos los complementos que le correspondieran por cuadrante.

Una vez más las empresas en su afán de maximizar su beneficio, mutilan los derechos económicos de todos los vigilantes a su libre antojo, aún estando reconocidos en el cuestionado Convenio que algunos Sindicatos afines han firmado.

Por lo tanto hacemos saber a nuestros afiliados que podemos efectuar reclamación cuando pedimos permiso retribuido y la Empresa siga pagando sus migajas.

Salta las máquinas canceladoras sin validar el billete y agrede a los vigilantes de la estación de tren de Zabalburu

Elcorreo.com 15/07/2013 Bilbao

Los ertzainas trataron de identificar al implicado, que se negó de forma reiterada. Finalmente, fue detenido por un delito de desobediencia a agentes y por una falta de lesiones.

Un hombre de 35 años fue detenido ayer por golpear a los vigilantes de seguridad de la estación de tren de Zabalburu de Bilbao, según ha informado el Departamento de Seguridad.
Hacia las siete y veinte de la mañana, el servicio de seguridad de la Estación de Renfe situada en la calle Juan de Garay de la capital vizcaína, solicitó la presencia de la Ertzaintza ya que un varón estaba causando diversos incidentes.
El hombre había saltado las máquinas canceladoras sin validar el correspondiente billete y al recriminarle su actitud, había hecho caso omiso a las indicaciones de los vigilantes llegando a enfrentarse a ellos de manera violenta. Dos de los miembros de la seguridad presentaban lesiones, uno de ellos un mordisco en un dedo y el otro contusiones en una mano.

Los ertzainas trataron de identificar al implicado, que se negó de forma reiterada. Finalmente, fue detenido por un delito de desobediencia a agentes y por una falta de lesiones.